TEXTO: RAFFAELE PANIZZA / FOTOGRAFÍA: ALESSANDRO GRASSANI
Primera parte: Partir
Nosotros, de LuisaViaRoma, junto a una delegación de UNICEF Italia, después del Covid fuimos los primeros en volver aquí. Aquí, donde la vida crece dentro de una burbuja donde el futuro es un cristal empañado y el presente tamborilea a pesar de todo, aligerado por una sombría esperanza que transmite una infinita sensación de fuerza y dulzura.
Donde, desde hace diez años, decenas de miles de refugiados sirios, hijos expulsados de otra de las guerras que azotan al mundo, viven en un país extranjero que les ha acogido pero que, inevitablemente, no tiene fuerzas para reconstruir su futuro. Cientos de miles de seres humanos. La mitad de ellos, niños.
Vinimos aquí, la dirección de toda la empresa, para ver qué pasa cuando se apagan las luces de las galas de beneficencia que organizamos todos los años en Saint Barth y Capri (la próxima cita será el 30 de julio en la Certosa di San Giacomo), y el fruto de nuestro trabajo crece en las áridas tierras de Jordania, específicamente en el campo de refugiados de Azraq. En el campo, llevar educación, agua potable y juegos significa llevar esperanza. Y especialmente en el campo de refugiados de Zaatari, donde viven ochenta mil personas en una ciudad imaginaria, creada por el esfuerzo de volver a una normalidad, y que el próximo septiembre cumplirá diez años.
Segunda parte: Entender
El convoy de cinco vehículos Toyota todoterreno nos recoge a primera hora de la mañana, en un barrio de Hamman castigado por un viento helado, casi de montaña. Media hora en auto y llegamos a la sede de UNICEF Jordan, que con un presupuesto de cien millones de dólares al año diseña la educación, protección, recreación y salud de cientos de miles de refugiados sirios, mujeres y niños. Ahí están Luisa, Annagreta y Nikolaus Panconesi, los hijos del fundador de LVR Andrea Panconesi. También se encuentra Alessandro Grassani, fotoperiodista del New York Times y autor de las fotografías que acompañan este reportaje. Los acompañan el videasta Francesco Petitti, que con su trabajo ha documentado diversas crisis internacionales, y el reportero Raffaele Panizza. Todo ello en un país, recuerda la Youth & adolescent programme chief Giorgia Varisco, “donde el acceso de las mujeres al mundo laboral es muy bajo”. Y para empeorar la situación, está la llamada “espera”: al menos cinco años después de tus estudios para encontrar trabajo, si eres hombre, y al menos siete si eres mujer. Y hay casos, sobre todo lejos de las ciudades, donde las niñas viven segregadas en el hogar, obligadas a encargarse del cuidado familiar.
Diez millones de habitantes y casi dos millones de refugiados sirios, para quienes la situación es aún más difícil, pues las leyes de Jordania les impiden unirse a la mayor parte de las profesiones. Los trabajos a los cuales pueden aspirar no son gran cosa: la única posibilidad que tienen es dedicarse al cuidado estético de las personas, a la agricultura, a trabajar en las bodegas o construcciones.
Aquí en Jordania hay cuatro campos de refugiados, a los cuales UNICEF, con la ayuda de LuisaViaRoma y los huéspedes de sus eventos de beneficencia, lleva medicinas, vacunas, agua potable, juegos, educación y alimentación. Gracias a este minucioso trabajo, la tasa de los niños que asisten a la escuela ha llegado al 73%. Sin duda, un aspecto enriquecedor en una realidad complicada en la que se lucha no sólo contra la pobreza física, sino contra la “pobreza multidimensional”, esa marea que frena la voluntad y no permite dar un paso hacia adelante. Este fenómeno se presenta cuando la nutrición es inadecuada, debilitando a las madres y, a su vez, a sus hijos. Ocurre cuando hay una escuela pero no hay vehículos para llegar, o no hay bolígrafos ni cuadernos. Cuando no hay letrinas dignas y todos los días te enfermas simplemente de vivir.
Según datos oficiales, uno de cada cuatro niños en Jordania sufre de esta sutil forma de privación.
Tercera parte: Ver
Armados con toda esta información nos trasladamos al barrio de Sweileh, donde nos esperan los niños de una guardería respaldada por UNICEF, con banderitas jordanas coloreadas con crayones, y un maquillaje facial de gatito. Son tres clases; cien almas pequeñas y cuatro maestras de larguísimas pestañas que se dirigen a ellos con infinita dulzura. “El primer día que llegan aquí nos sentamos con ellos a conversar, para entender si están viviendo situaciones de carencia en la familia y así poder intervenir rápidamente”, dice el director de la guardería, “muchos sufren formas de depresión, otros tienen dificultad para concentrarse. Después de todo, son hijos de la guerra».
Desde el piso de arriba llega el estruendo de una bocina con música techno árabe. Se encuentra en las salas del Makani, que significa “mi espacio”, uno de los muchos centros de agregación educativa, recreativa y cultural (solo en el campo de refugiados de Zaatari hay once de ellas) que UNICEF, también gracias a LuisaViaRoma, ha preparado en todos los rincones de Jordania. Los niños pasan allí las tardes, las niñas las mañanas. Hoy, bajo el ritmo de la bocina, se lleva a cabo un desafío de Lego, con pequeños grupos que compiten para construir la estructura más compleja en el menor tiempo posible. Eventualmente, los ganadores recibirán una medalla de papel. “Al tenerlos aquí, no solo contribuimos a su formación, sino que, y sobre todo, podemos controlar los casos problemáticos”, explica la case manager de Makani, Walaia Fatah, “nos dedicamos a casos de labor infantil, de matrimonios precoces, de acoso escolar o violencia doméstica. Esto que ven aquí es el archivo de los informes: en promedio hay, al menos, tres al día».
Los datos muestran cómo es necesario intervenir aquí; no debemos olvidar a los niños de las guerras, incluso cuando las armas se callan o cuando estallan en otras partes del mundo, como en Ucrania ahora. Entre las niñas sirias refugiadas, una de cada cuatro se casa cuando es todavía menor de edad. Tres mil niños viven separados de sus familias. Setenta mil trabajan y no van a la escuela. Solo el 28% de los bebés entre seis y veintitrés meses reciben una nutrición adecuada. El 33% de los refugiados sirios sufren problemas mentales y emocionales.
Cuarta parte: Esperar
Incluso en los campos de cultivo lejos de la ciudad, UNICEF ha construido sus Makani. En muchos de los asentamientos informales de tiendas de campaña (Informal Tented Settlements) que visitamos, hombres y mujeres recolectan fresas y tomates por unos centavos al día, a cambio de un lugar para construir una choza y la posibilidad de conectarse a la red eléctrica.
Todos han huido de las zonas agrícolas del sur de Siria y, en lugar del paisaje árido de los campos de refugiados, prefieren este tipo de libertad; fangosa y aislada, pero más familiar. Cientos doce familias viven en el asentamiento informal de Um Al Basteen; 560 personas. Como siempre, la mitad de ellos son niños. En el asentamiento de Jizeh, donde UNICEF, a través del proyecto WASH, ha llevado letrinas y agua potable accesible para todos, viven sesenta y dos familias; 210 personas. La mitad de ellos, niños.
«A las siete y media llega el autobús de UNICEF y los lleva a la escuela para el primer turno. A las 12.30 arranca el segundo. Luego vuelve a recogerlos y traerlos de vuelta a casa», dice Abdullah Al Areed, uno de los animadores del pequeño Makani, un contenedor colorido en medio del fango. Ahí también enseña Trad Salih, que tiene 28 años y está sentado frente a una pila de libros en su organizada choza, donde las paredes están cubiertas con telas de damasco: “Huí de Siria hace diez años”, dice, “primero se fueron mis padres, que me dejaron en casa para terminar la escuela. Luego deambulé durante semanas entre un pueblo y otro, hasta llegar a la frontera”. Antes de huir había recibido una carta de admisión a la Universidad de Damasco: “Ese sigue siendo mi gran sueño frustrado”, dice. Ahora tiene otro sueño para cultivar en este limbo: gracias a una beca otorgada por la Universidad de Cambridge, se ha matriculado en la facultad de Farmacéutica de Amman, y en tres años se graduará: “Pero solo Dios sabe si algún día podré construir una vida real aquí”.
No muy lejos de ahí, somos recibidos en la casa de Abu Adnan, que nos espera en la puerta con su mujer y sus ocho hijos. La suya es una de las muchas familias sirias beneficiadas con el cash program de UNICEF; 35 dólares mensuales que pueden gastarse de forma segura gracias al escáner óptico, conectado a una sofisticada tecnología bockchain, presente en las instalaciones afiliadas. Ha estado en Jordania desde 2013, y seis de sus hijos van a la escuela con regularidad. “Nos enteramos de esta ayuda gracias a los grupos sirios de Facebook”, dice Adnan, “así que inmediatamente llamé a la UNICEF Help Line y nos incluyeron en el programa. Sin este dinero no seríamos realmente capaces de lograrlo». Cinco de sus hijos han vivido el drama de huir de casa; tres nacieron aquí: «Fuimos en coche a la frontera, donde nos quedamos diez días y donde construí una tienda para albergarlos. ¿Qué hemos traído con nosotros de nuestro mundo? Nada; solo agua y frazadas para tapar a los niños”. Su hogar en Siria ha sido destruido.
Quinta parte: Imaginar
10 AÑOS EN ZAATARI
“Zaatari es todo lo que conozco”
Videoreportaje de Francesco Petitti – Mivida.
Hamam tiene diez años, exactamente los mismos del campo de refugiados de Zaatari donde vive desde siempre junto a sus seis hermanos. En sus palabras, el polvo y un futuro incierto. Pero gracias a UNICEF y LuisaViaRoma, ahora puede haber mucho más. El mundo visto con sus ojos en el videoreportaje comisionado por LVR y realizado por Francesco Petitti, de la agencia holandesa Mivida
En el campo de refugiados de Zaatari, el más grande del mundo, a veinte kilómetros de la frontera con Siria, hay treinta y ocho escuelas, cincuenta y dos centros recreativos y once Makani donde juegan y estudian 11 mil niños.
Y sobre todo, hay agua potable que llega a las 26.000 construcciones prefabricadas gracias a pozos excavados a 350 metros bajo tierra -en un país donde no hay agua- gracias al proyecto WASH de UNICEF. Asomándose a las aulas, se puede ver a los profesores proyectando los fonemas del alfabeto árabe en pantallas, utilizando las tablet proporcionadas gracias a las donaciones de las ONG. Aquí se aprende a usar el ordenador, a no responder a la violencia con violencia, a administrar los pocos centavos que circulan, de acuerdo con el programa Life Skills. “En el campo hay muchas oportunidades de trabajo y voluntariado remunerado, en áreas que no son accesibles para nosotros ahí afuera, como la docencia o la sanidad”, explica Manwer, de 39 años, que trabaja como ayudante en una de las escuelas del campo. Huyó de Siria en 2013, ahora tiene un trabajo y una casa para sus seis hijos, quienes lamentablemente sufren todos de problemas crónicos de salud: “Tienen asma, por que aquí no hay árboles y el viento levanta nubes de polvo que afectan a los pulmones». Para bloquear esta nube insidiosa, Manwar plantó un olivo fuera de su contenedor y una pérgola donde crecen uvas blancas: “No podemos ir a casa, todavía hay guerra y tenemos miedo. Solicité que me trasladen a otro país, donde al menos los niños puedan ver algo de naturaleza. Será lo que Dios quiera».
Mientras tanto, y a pesar de todo, la vida continua. Hay salones de belleza donde las futuras novias se preparan para su despedida de soltera. Hay fruterías y verdulerías y negocios que preparan qatayef, los raviolis dulces que se cocinan todos los días durante el Ramadán. Incluso algunos comerciantes de muebles encuentran artículos usados en el market de Facebook y los revenden, retocados, en los talleres de los Campos Elíseos, como se apoda la calle comercial de más de un kilómetro de largo que se ha formado espontáneamente a lo largo de los años. Los jóvenes pululan por las calles polvorientas con pequeños carros tirados por burros, en un espectáculo de juventud que sorprende: en el campo nacen cada día diecinueve niños, con una mortalidad cercana a cero, criaturas que pesan cuatro kilos porque alimentar bien a una madre significa dar fuerza a los recién nacidos.
“En realidad, la tasa de natalidad ha bajado un poco desde que educamos a las mujeres para que dejen pasar tiempo entre gestaciones”, explica Eresso Aga, health manager de UNICEF Jordan. Y luego, aparentemente, hay menos niños ya que se ha instalado una gran planta de energía solar fuera del campamento, y la electricidad está disponible las 24 horas”.
Después de todo, en la oscuridad, ¿qué puedes hacer? O haces el amor o sigues soñando.